a presidir una caja.
Asi se han explayado los tuiteros a la hora de opinar sobre la muerte del banquero Emilio Botín. Esto es lo que tiene el pueblo español, que cuando un grande muere enseguida aparece quien le tierra la tierra encima, por si le da por levantarse. Uno que ha sentido sobre manera la muerte de Botín es el pijo Gallardón, que al parecer tenía encuentros cercanos día sí y el otro también. Sin embargo hay quien piensa lo siguiente:
—Si quisiera, podría contarte atrocidades del viejo judío.
—¿También era judío Botín?
—Descendiente de chuetas mallorquines, sí. No busques ancestros en Cantabria —tercia el gordo atropelladamente—. No los hay.
(Me resulta algo incómodo que hable así de un recién fallecido. No sé por qué. La mala educación recibida de una madre católica, supongo. El corazón del banquero, nieto de banqueros, consorte de una O'Shea, hija y nieta de banqueros judíos internacionales, aún está temblando tras detenerse y ya nadie le teme.)
—Ojo con la hija, Patricia, que puede tomar su lugar —digo yo.
—De eso nada. Ha cometido errores graves. Sin el apoyo del padre desde atrás, la hija no llegará a la presidencia. Pero el viejo egoísta, que se creía inmortal, jamás pensó en jubilarse. Además no se fiaba de nadie. Pensaba que lo único que podía salvarle de los tribunales de Justicia era su cargo. ¿Te acuerdas de su estafa a la hacienda pública cuando el asunto de las cesiones de crédito? ¡Casi medio billón de pesetas de aquellos tiempos!
Como me acuerdo perfectamente, sigo con el asunto de la sucesión.
—¿Y el hijo, Javierito?
—Un bala perdida que le costó al padre disgustos y algunos quebrantos económicos. No sirve para nada. Está en todos los pufos: Madoff, Lehman, Gowex...
Asiento recordando el asunto de Madoff, que costó al Santander dos mil millones de euros a causa de la publicidad engañosa utilizada por Javier Botín.
—Es el fin de una época —digo—. La gente, por más poder que tenga, se muere al final, aunque sea de vieja.
Juan se queda pensativo y sorbe su café de media mañana mientras el gordo termina una ensaimada. Luego Juan dice:
—Pasará lo de siempre. Acuérdate de Polanco. Al morir dejó un imperio mediático que el hijo ha sido incapaz de manejar. El heredero de los restos del naufragio ha acabado siendo al final un secretario, Cebrián.
—¿Y qué?
—Pues que lo mismo pasará con el banco de Santander. Lo patroneará un segundón que no sabrá hacer frente a los mordiscos que le va a atizar la banca alemana con los dientes del BCE. Hace tiempo que van tras las irregularidades del banco. El segundo de Botín, Sáenz, ya fue condenado a cuatro años de prisión. Pero lo indultó Zapatero antes de pasar a la historia como el presidente español más gilipollas de todos los tiempos.
—Es posible. Nada más saberse la noticia, las acciones del banco han caído un dos por ciento, a pesar de que la consigna del Santander ha sido comprar todo lo que se vendiera para detener la caída.
—Hay hombres que, a pesar del daño que causan a su pais, son intocables. Ni jueces ni políticos; ni siquiera los terroristas han levantado jamás un dedo contra Botín. El pueblo se ha tragado sus miles de desahucios sin rechistar. Pero a lo que no estamos obligados es a alabarlo después de muerto. Me da la gana decirlo, oye, me alegro considerablemente de que haya palmado semejante individuo. Creo que el mundo gira hoy algo más ligero y optimista.
—Bueno, el pensamiento y la conciencia son libres. Y en España hay libertad de expresión —digo.
—Eso no te lo crees ni tú.
—¿También era judío Botín?
—Descendiente de chuetas mallorquines, sí. No busques ancestros en Cantabria —tercia el gordo atropelladamente—. No los hay.
(Me resulta algo incómodo que hable así de un recién fallecido. No sé por qué. La mala educación recibida de una madre católica, supongo. El corazón del banquero, nieto de banqueros, consorte de una O'Shea, hija y nieta de banqueros judíos internacionales, aún está temblando tras detenerse y ya nadie le teme.)
—Ojo con la hija, Patricia, que puede tomar su lugar —digo yo.
—De eso nada. Ha cometido errores graves. Sin el apoyo del padre desde atrás, la hija no llegará a la presidencia. Pero el viejo egoísta, que se creía inmortal, jamás pensó en jubilarse. Además no se fiaba de nadie. Pensaba que lo único que podía salvarle de los tribunales de Justicia era su cargo. ¿Te acuerdas de su estafa a la hacienda pública cuando el asunto de las cesiones de crédito? ¡Casi medio billón de pesetas de aquellos tiempos!
Como me acuerdo perfectamente, sigo con el asunto de la sucesión.
—¿Y el hijo, Javierito?
—Un bala perdida que le costó al padre disgustos y algunos quebrantos económicos. No sirve para nada. Está en todos los pufos: Madoff, Lehman, Gowex...
Asiento recordando el asunto de Madoff, que costó al Santander dos mil millones de euros a causa de la publicidad engañosa utilizada por Javier Botín.
—Es el fin de una época —digo—. La gente, por más poder que tenga, se muere al final, aunque sea de vieja.
Juan se queda pensativo y sorbe su café de media mañana mientras el gordo termina una ensaimada. Luego Juan dice:
—Pasará lo de siempre. Acuérdate de Polanco. Al morir dejó un imperio mediático que el hijo ha sido incapaz de manejar. El heredero de los restos del naufragio ha acabado siendo al final un secretario, Cebrián.
—¿Y qué?
—Pues que lo mismo pasará con el banco de Santander. Lo patroneará un segundón que no sabrá hacer frente a los mordiscos que le va a atizar la banca alemana con los dientes del BCE. Hace tiempo que van tras las irregularidades del banco. El segundo de Botín, Sáenz, ya fue condenado a cuatro años de prisión. Pero lo indultó Zapatero antes de pasar a la historia como el presidente español más gilipollas de todos los tiempos.
—Es posible. Nada más saberse la noticia, las acciones del banco han caído un dos por ciento, a pesar de que la consigna del Santander ha sido comprar todo lo que se vendiera para detener la caída.
—Hay hombres que, a pesar del daño que causan a su pais, son intocables. Ni jueces ni políticos; ni siquiera los terroristas han levantado jamás un dedo contra Botín. El pueblo se ha tragado sus miles de desahucios sin rechistar. Pero a lo que no estamos obligados es a alabarlo después de muerto. Me da la gana decirlo, oye, me alegro considerablemente de que haya palmado semejante individuo. Creo que el mundo gira hoy algo más ligero y optimista.
—Bueno, el pensamiento y la conciencia son libres. Y en España hay libertad de expresión —digo.
—Eso no te lo crees ni tú.
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