que salía de viaje por tierras Españolas, sentí una extraña sensación de ingravidez al toparme con los molinos de viento que asolan las montañas donde antes volaban y trinaban los pájaros. Aquél horizonte, al que hacía mención la Yoli, había sido roto por antenas que tanto sirven para producir electricidad, como armas contra los animales que saben volar; contra los animales a los que Dios dotó de alas para poderse desplazar y embellecer los cielos, tan extensos, con esa maravillosa poesía que encierra el aleteo de los pájaros. Y no digamos esas nubes de ellos jugando a pillarse sin que se choquen los unos contra los otros. Ese amasijo de cuerpos con capacidad a deslumbrar a los cazadores alados, que se alimentan de ellos. Han terminado con la magia de los campos preñados de larguísimos paneles solares, y altísimos tubos asesinos de aves.
Menos mal que aún nos queda algún que otro toro de Osborne, rememorando esa piel que tenemos y representa, como país.
Por favor;
que alguien coja una radial y se dedique a desbrozar los campos y los montes de esos enclaves de hierros y espejos que perjudican la salud y la vista. Que alguien reviente de ira y se lance contra esos molinos de viento que tanto trastorno provocó en don Quijote.
Qué pena que no sepamos hacer más... que maldades contra el planeta que nos acogió, nos alimenta y avisa de lo mal que lo estamos cuidando. No sé quién es el ideólogo de todos estos aparatos pero... sería conveniente se lo hiciera ver... en la consulta de un sicólogo.
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