lunes, 12 de noviembre de 2018

grito de socorro silencioso

desde las profundidades de la psique del interno Iñaqui Urdangarín, en Brieva, presidio de mujeres malas que están muy buenas y que hacen compañía a Iñaqui desde la mañana a la noche. Las mismas mujeres que hacen sorteos para pasar la velada nocturna en la suite del nombrado preso. Pero a Iñaqui no le satisfacen ya tantas noches de meter y sacar. Se está dando cuenta que nunca debió pronunciar aquel alias del "Duque Empalmado". Esa fama le está trayendo consecuencias porque los guardias le estimulan a contar sus batallitas de Duque, y las gallináceas quieren hacer el amor constantemente. Iñaquí no lo soporta. Como no quiere contar sus batallitas una y otra vez, le han dejado de hablar, y ahí le tienes como Fores Gam corriendo y andando por un rectángulo que solo él tiene a bien utilizar. Los funcionarios de prisiones están asombrados del grado de locura en el que ha llegado a profundizar. Cree que nadie le quiere, que le han abandonado, y que morirá en la cárcel abulense si no hay nadie que vaya a rescatarle. ¡Pobre hombre! ¡Nunca creyó que iría a la trena gracias a su suegro, otro que tal! 
Pues me alegro
salvajemente de ver que se lo está pasando realmente mal. ¡Nunca será para tanto! Este memo del carajo, ha hecho lo mismo que la parejita que pedía dinero para la niña enferma y era mentira. Les han condenado a devolver lo recibido, a modo de voluntaria caridad, y les van a meter en trena por sus desvarío hacia la casta millonaria. De momento han perdido la custodia de su hija, y suma y sigue. 
A Urdangarin lo mismo. Beneficiarse de una ONG no es para hacer muchos amigos...
Creo que a los ciudadanos nos molestaba ese aire chulesco de Chamberí, y de Verbena de la Paloma.
Aquí le tenemos: compungido, lloroso, cabizbajo, sopla coños reales, abandonado no, porque le trasladaron allí para tener amigos cerca que le pudieran ir a visitar a menudo. Contagiado con la enfermedad de Diógenes: se llevaba a casa la pasta que se encontraba en su camino de la mano de aquellos que el Rey le iba dictando. De esta forma iba acumulando papel moneda que llegaba desde los salones reales hasta la puerta de la casa. Y eso que los salones reales son de altura de gigantes. Pues hasta ahí llegaba la pasta que se encontraba; llegó a darse cuenta de su enfermedad... pero ya era demasiado tarde para cambiar. Y, como tenía una mujer que andaba por sus desvaríos, nunca llegó a darse cuenta del grado de implicación en la que estaba sumergido. 
-"Él nunca lo haría"-. 
Fue el chispazo que le devolvió a la realidad un día que, en un escaparate y como caído del cielo a través de un rayo de luz de un televisor, vio el mensaje del perro abandonado. Se vio reflejado y supo que su vida iba a cambiar. ¡Y cambió, vaya si cambió! Se encuentra en la perrera de la que nunca debería salir. Por memo y por ladrón.

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