miércoles, 27 de julio de 2016

por culpa de los ángeles

Desde sus orígenes hasta nuestros días, la estrategia favorita del cristianismo para conseguir hacer realidad sus sueños ecuménicos (es decir, conseguir la expansión universal de su credo) ha sido la de recurrir al victimismo, a pesar de que en la mayoría de las ocasiones se llegara con ello a situaciones que rayaban lo grotesco. Que tuviera de su lado a los ejércitos más poderosos del mundo, parece que era lo de menos; le bastaba con invocar a una bruja o a un hereje para convertirse, a los ojos de sus fieles, en una pobre e inocente víctima de la maldad que dominaba la tierra. El que murieran sacerdotes en el Nuevo Mundo no fue culpa de que la cristiandad quisiera someterlo a sangre y fuego, sino de la natural perversidad de los indígenas. La iglesia jamás asumiría la responsabilidad de sus actos, el culpable siempre sería el otro. Para el cristianismo, sus fines mesiánicos (la salvación de la humanidad) siempre justificarían cualquier medio. ¿Qué importaba liquidar a unos pocos herejes, si con ello se conseguía garantizar el pasaporte a la eternidad para la inmensa mayoría de los hombres?
En este sentido, la figura del mártir ha venido siendo la mayor herramienta propagandística del cristianismo. Poco importaba que las historias de estos mártires no fueran capaces de superar el más elemental de los cuestionamientos críticos, la credulidad de los fieles ya estaba ganada de antemano; la promesa de una placentera vida ultraterrena en un paraíso celestial les tenía de tal manera hipnotizados, que aquel que osara dudar públicamente de estas ilusiones corría el riesgo de ser despedazado por la turba.
Después de mucho tiempo y muchos esfuerzos, el mesianismo es una cuestión profundamente arraigada en el inconsciente colectivo de la humanidad, y del que parece que ya es incapaz de prescindir a la hora de relacionarse con el mundo que le rodea. Del mismo modo que el judeocristianismo fue probablemente el heredero (la evolución) de mesianismos anteriores, el capitalismo es hoy el heredero del mesianismo judeocristiano, y por eso, como para éste, los medios utilizados siempre serán justificables por el fin buscado. La única diferencia entre el uno y el otro es, simplemente, que el capitalismo habría sustituido la prédica de un paraíso eterno en los cielos por la de un Mundo Feliz en la tierra. De cualquier modo, al tener objetivos tan similares (por igualmente absurdos), ambos habrían venido trabajando en equipo desde hace largo tiempo. Gracias a una alianza así, de no conseguir sus sueños de un modo, siempre les quedará la esperanza de conseguirlos del otro.
 El Islam es una escisión del credo judeocristiano (es una religión abrahámica) y, debido a eso, está empapada del mismo espíritu mesiánico; esa es la razón de que haya conectado tan bien con el credo capitalista (véanse las petromonarquías de los Emiratos Árabes Unidos). En este sentido, toda pugna entre el judeocristianismo y el Islam tendrá invariablemente un mismo resultado: el triunfo del mesianismo (algo similar a lo que sucede en la pugna entre capitalismo y socialismo).
ángel significa enviado. El arcángel Gabriel fue enviado a la Virgen María para anunciarle la venida de Jesús: El Bueno. Para, después, dictarle el Corán a Mahoma. Jesús es todo lo opuesto a Mahoma y viceversa. Jesús viene a enseñar la Inteligencia, el Amor y la Voluntad; Mahora: la violencia. La vida de Mahoma es guerrera y acaparadora. Entonces ¿por qué desde las Alturas a uno le visten de víctima y al otro de verdugo? ¿Por qué Dios manda al mismo ángel con distintos mensajes? ¿Sería una equivocación o edicto propio de Gabriel aquellas dos representaciones? ¿Sería, acaso, Gabriel un enviado del demonio? Es importante conocer la respuesta a estas preguntas, porque es impensable que Dios, sabiendo lo acontecido y por acontecer, haya puesto en labios de un enviado tan diferentes puntos de comportamiento. Uno pone la otra mejilla y el segundo, corta cabezas. ¡Vaya Dios Creador!

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