jueves, 14 de julio de 2016

hace un rato

me he enterado dónde se encontraba la iglesia de san Bartolomé. A muchos de vosotros, como a mí, nos vendría a la mente la ubicación actual de dicho santo, en la avda José Antonio, de Valencia. Pues bien, esta mañana me he encontrado con Dña Asunción que ha vivido y vive, en sus muchos años, al lado de la iglesia que llevaba el nombre de La Madre de Dios de la Concordia. Expresamente en la calle la Concordia, esquina con la calle Serranos, junto a la plaza Manises y la Generalitat. Recordaréis que en la calle Concordia y la calle Serranos, existe un vestigio de la iglesia en cuestión. Hay una gran torre, pero sin iglesia. Toda ella fue quemada en la Guerra Civil Española y solo quedó en pie la torre, por ser de piedra. Bien... Si partimos de la torre hacia calle Caballeros por la plaza de Manises, nos encontramos en la esquina un edificio que no perteneció al solar de la iglesia. Vereis, si mirais, desde el edificio de la Generalità, todo el edificio que fue la iglesia y el edificio que no perteneció a ella. Quiero comentaros, como dato curioso, y según dña Amparo, que en el hueco donde hoy se posicionan los cubos de basura de la zona, junto a la torre, en la calle Concordia, estaba la Mare de Deu de la Concordia, llamada por el pueblo llano, la Grossa. ¿Por qué la Grossa?, porque estaba la Virgen siempre sentada en una silla. Y a la que los niños la llevaban dulces que compraban en un bajo que aún existe, pero que se dedica al alquiler de bicicletas. Dña Amparo me cuenta que ella iba de pequeña a estudiar catecismo con más niños. Y recuerda que, desde el campanario de la torre, el día de la riada, se veían llegar a los huertanos de los pueblos de alrededor, andando (porque el 23 y 24, no entraban en la ciudad, por la inundación) cargados de panes, verduras y arrastrando a los niños...,  traspasando los puentes... para dar de comer a la gente de la ciudad que se había quedado sin nada. Un relato auténtico de una gran mujer, y muy guapa, dada la edad que parece tener y que ya no recuerda. Al hacerla ver que sigue siendo muy guapa, me comenta la cantidad de piropos que los hombres la tiraban por la calle. Piropos que a ella la enfadaba y que, con el tiempo, la enfadaba que no se los echaran. Se casó con quien no quería; se desposó a mandato de los padres. Sus pensamientos son reflejo de las arrugas de su cara, que luce maravillosamente al sol de Valencia. ¡Que la Grossa, la mantenga con ese carácter humano!

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