El sábado, caminando, me introduje en un bajo que no tenía ningún nombre. Era una iglesa -no me preguntéis el nombre.
Como oficiantes estaban un viejo cura y un joven capellán. El anciano sacerdote hacía las veces de monaguillo. Hasta aqui todo normal. Hasta que, en la eucaristía, el novicio toma la oblea y dice: "el Señor tomó el pan, y bendiciéndolo lo partió, y dió a sus amigos... Y después qué... ¿Era acaso una despedida de solteros? ¿Cómo que lo partió y lo dió a los amigos? ¿No era acaso, -después de tantos años -a los apóstoles, a quienes les dió de comer?
Bien; terminada la ceremonia me dirijo a la sacristía y le pregunto al anciano sacerdote: "por favor, ¿usted se ha dado cuenta de lo que ha dicho su noviciado?
-Y me responde -¿Qué ha sido ello?
Pues mire ud., me ha parecido descabellado que después de dos mil años de historia y día tras día, nos vengan a cambiar ahora las costumbres. Su joven sacerdote ha dicho: ...les dió a sus amigos.
-Respuesta del viejo-: ahora ha cambiado mucho la iglesia; los jóvenes vienen diciendo cosas raras y tal vez lleven razón. De todas formas, no hay mucha diferencia entre lo que él ha dicho y lo que dice ud.
Mire, -le digo-, yo no soy el que lo dice ni lo ha dicho, lo han dicho ustedes desde hace cientos de años. Como para que, ahora, no sepamos la diferencia que hay entre apóstoles y amigos. De hecho, Jesús, fue a muchas casas: ricas y pobres, y en ninguna de ellas hizo el gesto de partir el pan y dárselo a comer a los presentes. De igual forma que cuando nos damos la Paz, la gente entiende que un beso o un apretón de manos, es suficiente; no hace falta decir: daros un abrazo. Como ha dicho el muchacho.
Total, me salgo del local, totalmente lleno de preguntas y ninguna de buena voluntad.
Los tiempos están cambiando. Y a la gente tienen que meternos -de nuevo- la semilla de la Nueva Era religiosa. Están siendo lo suficientemente sicópatas como para renovar la religión a base de introducir nuevas frases en las mentes asincopadas. Eso, o, volver a comprar el vino dulce de siempre, porque se están aferrando al del garrafón.
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