a algunas se les hace poesía las noches de insomnio que padecen por la falta de un cuerpo cálido en el que posar sus anchuras grasientas. Es por ello que apelan, inmisericordes, a la atracción de un cuerpo vivo a través de -anuncios visibles y tangibles- que hagan de sus vidas, un algo por el que vivir. Aún se escudan en sus coños como fuente de aguas cristalinas donde vayan los pollas a veranear.
Esos pollas ya no son como los de antaño que sucumben, sin mirar, las escasas aguas que se han vuelto pudentas y revueltas, de tanto ensoñar.
Hoy, los pollas, se lo piensan antes de caer atacados por virus con tendencias covid sexual...
Y, cómplices en la soledad del cuarto, piensan si no estarían cometiendo el mismo desespero que el dador de morreos. Un Rubiales que jamás en su misericorde vida volverá a repartir, gratis, sus salibares más sabrosos y calientes. Como caldo de fabada Litoral, de la abuela María Antonia Goás.
Dan pena con esos cartelones con letras bien gruesas y legibles para que cualquier macho que pase se cosque del hambre que tienen bajos las faldas al caminar. Pero como no llegan en su textura de letra... más les valdría ponerlas chiquitas para cazar al primero, sin gafas o gafotas, que se acercara zumbón.
Ni por esas.
Y todo gracias a la sabiduría interpretativa de Irene Montero de la pareja y la familia. Todo un logro al más puro estilo podemita integral. Estoy seguro que las que se precian aún esperan al galán que las haga tilín..., y no crezcan para monja de altar. Ay, cuanto mal está haciendo Irenita fuera de su chabola familiar.
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