cabe destacar la negativa de ciertos individuos de mi entorno a comprender los lazos que unen a Pentecostés y el ecumenismo. Ambos dos se nutren por la presencia, intercesiòn, del Espíritu Santo (tercera divinidad de Dios).
Pentecostés clausura los cincuenta días de Pascua y abre la Iglesia a
las maravillas del Espíritu Septiforme. Celebrar, por tanto, dicha
solemnidad, equivale a concluir el ciclo pascual, desde luego, pero
también, en clave teológica, a recibir el Don del Espíritu Santo y
comprender con él la misión apostólica desde los orígenes de la Iglesia.
-El Espíritu Santo es, ante todo, Creador. De ahí que Pentecostés sea fiesta de la creación.
-Se antoja, en este sentido, imposible entender de modo correcto el Pentecostés cristiano sin el Pentecostés judío, su preludio.
-Más tarde, en cambio, y seguro ya en tiempos de Jesús, pasó a verse como
fiesta de la entrega de la ley –y de la alianza- en el monte Sinaí. Lo
cual nos conduce, entre otros posibles rumbos del análisis, a la faceta
ecuménica de la solemnidad.
-Tras la conmemoración de la fuga de Egipto, como la fiesta del Sinaí, la del Pacto.
san Lucas narra cómo el Espíritu Santo,
«después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el
día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres entrada en
la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a
una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas (= don de la
glosolalia), al ser el Espíritu Santo protagonista principal en la
reducción de todos los pueblos distantes a la unidad, y al serle
ofrecidas al Padre las primicias de todas las naciones».
La faceta ecuménica de Pentecostés, en consecuencia, se asoma también aquí por la torre de Babel.
A este ecumenismo pentecostal de 2016. se le ha denominando (por el papa Francisco): el año de la Misericordia, tras la fuga de los sirios hacia Europa.
Es innegable que la historia la repiten los hombres de la Iglesia a su propia necesidad y competencia.
Pentecostés, en definitiva, ilustra maravillosamente la esencia misma de la Ecúmene, término del que deriva ecumenismo, mediante la escenificación que san Lucas hace del evento, cuando acumula junto al cenáculo, en desconcertada actitud de escucha a los Apóstoles, a «partos, medos y elamitas…, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes» (Hch 2, 9-11), haciendo así de la solemnidad punto menos que un plebiscito neumático. La teología ecuménica, en consecuencia, lo va a tener fácil a la hora de sacar de ahí el estrecho vínculo entre unidad y pluralidad. La Ecúmene, por eso, pide proceder según el espíritu de Pentecostés, y éste, que de suyo es congregacional, anti-babélico y ecuménico, compaginar a la vez, respetuosas y armónicas, la unidad y la pluralidad. No le faltó razón al Concilio Vaticano II cuando dejó dicho que «El Espíritu Santo que habita en los creyentes, y llena y gobierna toda la Iglesia, efectúa esa admirable unión de los fieles y los congrega tan íntimamente a todos en Cristo, que El mismo es el principio de la unidad de la Iglesia»
Queda, por tanto, explicado, el principio y el fin de Pentecostés y del ecumenismo.
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