Cuando sintáis que vuestros días de gloria acabaron… echadle huevos. Sacar el revólver y:
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
A mí me dan infinita tristeza todos esos ancianos a los que la inmoral
familia los abandona en residencias. Que se cagan y mean encima y ya
tienen medio pie en el otro barrio. Me dan pena esos vejetes que parece
que se van a desmontar y yo les trato como a mis abuelos. En realidad
todos lo son. Me da pena que le operen una y otra vez. Que se ahoguen
una y otra vez. Que nada les atraiga o divierta como antes y que su vida
se apague como una vela.
Me imagino que inmensa fuerza de voluntad tuvo que brotar de Hemingway para poder apretar ese gatillo contra natura.
Yo lo tengo claro. En cuanto vea que estoy o voy a estar más para allá
que para acá, lo hago. Solo espero que no me tiemble el pulso. Como le tuvo que pasar a Hemingway para tener que dispararse tres veces:
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Hemingway en esos últimos años de su vida podía haber tenido lo que
cualquier ciudadano de a pie ansía; dinero, fama y poder. Hasta mujeres
si hubiera querido, pues no era un tipo feo. Pero no. Él puede decir
ante Dios que se fue del mundo, que no le echaron por vejete pesado que
ya está que se muere y quiere vivir para no sé qué pues no se puede ni
mover del asiento.
El caso es que a Hemingway le detectaron una semana antes de su muerte
alzheimer y ante la que se le avecinaba dijo adiós por la puerta grande.
Como un señor. A la que cuento esto alguno me salta con eso de: suicidarse es de cobardes.
No, señor mío. Lo que es de cobardes es aferrarse a la vida. Agarrarse a
un clavo ardiendo aunque te quemes las manos. Aferrarte a lo pasajero.
¿Una vida no es vida cuando se muere en la flor? ¿En serio hay que esperar a que te piquen el billete?
Era ya -noche cerrada, ya había recogido a casi todos los 400 predilectos de los dioses...
Era ya -noche cerrada, ya había recogido a casi todos los 400 predilectos de los dioses...
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