miércoles, 26 de febrero de 2014

Yo, rey León

Ayer brillaba con luz propia el Congreso de los Diputados, porque representa al astro Sol. Y Mariano, su hijo. Ese hijo de madre soltera que no sabe por qué poderes astrales ha descendido a la Madre tierra. Se ha dado cuenta de que su poder emana y abarca mucho más allá del de cualquier mortal; y de que su pequeño complejo al hablar, sólo durará lo que dure su candidatura. Ya sabe que cualquier cosa que diga estará por encima del entendimiento de los pequeños mortales, y por ello divaga. ¿Por qué va a profundizar en temas que el pueblo no va comprender? ¿A caso no ha estado todo este tiempo abstraído en su mundo ideal, de musa de la poesía, del arte? Es verdad que el resto de diputados han intentado confundirle, con sus verborreas mundanas pero... como caballero que conoce la verdad de sus amos, no cae en patrañas de ese calibre. ¡Qué le dicen que el pueblo está rabioso! ¡¿De qué osan los ciudadanos quejarse cuando cobran 426 euros al mes?! ¡Qué se jodan, haber cotizado más!, y en escarnio, van a pagar doblemente la Seguridad Social (SS, esvástica judía) a través de los medicamentos. 
Este debate de la Nación, más parece un simulacro de escaqueo ante los problemas reales, que la obligada comparecencia ante el pueblo y sus necesidades primarias. Ninguno de los presentes en el Congreso tiene representación fiable y valable con los ciudadanos; porque los españoles se han dado cuenta -ya era hora-, que de los políticos no puede esperar nada bueno. 
El debate de la Nación es una pantomima, una puesta en escena donde los actores quieren reírse del público y éste, está cansado de que se rían de él. Otro teatro que va perdiendo espectadores.

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