miércoles, 3 de octubre de 2018

ya iba siendo hora

que a los que piden en la calle les sigan sus trabajos callejeros. Desde el que pide, hasta el que expone.
Los ayuntamientos a través de sus policías locales deben conocer qué carajo hace un o una individuo o individua tirado por el suelo jodiendo el tránsito de los viandantes.
En Valencia hay una individua que la llaman la araña que va arrastrándose (literalmente) por los suelo y saca una cantidad inmerecida de dinero. Sobre todo, porque cobra una paga como el resto de los que padecen alguna anormalidad física.
Cojones,
que no estamos en el siglo I para que estos personajes estén repartidos por los monumentos, catedrales, iglesias, museos, puertas de supermercados y mil lugares más... pidiendo y jodiendo al turismo y dando de España una imagen tercermundista total.
¿Por qué no están trabajando los migrantes que se han recogido como mano de obra donde hiciera falta? 
¿Por qué individuos con 30 hasta 40 años están tirados en las aceras con el botecito, la mierda, el perro, el gato y la suegra detrás...?
Os lo diré...
porque la mendicidad da dinero a espuertas. Porque un indigente pidiendo en la calle sale de 50 a 60 euros diarios. 
¿Me queréis decir en qué trabajo se cobra lo mismo?
En las administraciones públicas. 
Son los putos funcionarios de la mendicidad.
Las putas, los macarras, los mendigos... todos deberían declarar los beneficios y si son altos, quitarles las pagas que tan buenamente se las ofrecen las asistentas sociales. Que las vemos por la calle buscando el mendigo para ofrecerle la paguita y, muy posiblemente, a costa de una propinita.
¿A cuántos gitanos o gitanas vemos hoy por las calles pidiendo?
Ninguno. Porque han sido los primeros beneficiados por las asistentas sociales.
Es más, hay una pidiendo en la puerta de un supermercado habiéndole tocado la lotería y viviendo en un piso de 300.000 euros.
¿Es rentable la mendicidad?
Ha sido, es y será rentable, mientras que las mafias estén detrás. Es verdad que las mafias se han reunido en España para dividirse el negocio, como los taxistas, y salen las cuentas aún así. 
Esto es producto del buenismo que hace incautos donantes.

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