así dijo el Papa: hay que dejar que el laicismo entre en la Iglesia.
Que, a mi entender, son aquellos de los que se podría decir que están, pero como si no. Un parásito benévolo y útil, una forma de vida intermedia. Aquellos que no pueden vivir en el mundo ni fuera de él. Son una especie de enfermos cuyo deseo de Dios les hace ciudadanos insatisfactorios en la vida corriente, pero cuyo temperamento o cuya fuerza les impide renunciar por completo del mundo; y la sociedad actual, con su ritmo aceletado y su estructura técnica y mecánica, no ofrece un hogar a estas almas infelices. Algo que deja infeliz al contemplativo. Pero que con su estructura mental perdura en la permanente e insistente asistencia al culto y por el culto. Haciéndose servicial al mismo; y dedicando su asistencia a los preparativos o cuidados del templo. Una vida de semi retiro. Una dedicación que más ha complacido al caracter o estructura femenina que al masculino. Sin desdeñar a aquellos hombres que sin verdadera o íntegra fe o despreciados cognitivos, han dado su fuerza y sudor en el cuidado de los trabajos de campo. La Iglesia se ha mantenido de todos estos esforzados semi creyentes para su elevada estructura material. Creo que la Iglesia es necesitada de todo descarriado que puedan absorber; y que en su día fueron un lastre para la misma. Aquellos a los que la Santa Inquisición destruyó por atentar contra la Santa Madre Iglesia y los designios de Dios. ¡Vaya tela!
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