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Margaret
Corvid es una dominatrix que recibe clientes masculinos que buscan
explorar roles sexuales que son tabú en la sociedad. Como tal parece ser
una buena psicóloga de la sexualidad masculina, sus taras y sus
represiones. Escribiendo para la revista The New Statesman,
Corvid advierte que: “mientras el patriarcado perdure, los hombres
nunca serán libres de expresarse como en realidad son, y tratar a las
mujeres como deberían de ser tratadas”. Aquí ya detectamos quizás el
gran problema de la sexualidad patriarcal, que en su supuesta dureza y
perenne afirmación de su fuerza, niega la expresión de sus sentimientos y
el valor mismo de las emociones y de la sensibilidad.
Esto es lo que nuestra sociedad espera sobre un hombre, según Corvid:
Se espera que pueda
presentar un aspecto masculino en su apariencia, gusto y hábitos. Se
espera que sea seguro de sí mismo, extrovertido, social y que sepa
pelear. Los hombres son socializados para desear un tipo específico de
mujer, casarse, tener hijos y ser los proveedores de una familia. Se
espera de un hombre que sea completamente heterosexual y monógamo. Y
aunque la sociedad le tiende una rienda más suelta que a las mujeres…
sólo se le permite penetrar, no ser penetrado; controlar, pero no
entregarse; disfrutar de la gracia y de la sensualidad femenina, pero
nunca mostrar esas características él mismo.
Este modelo hoy en día claramente
resulta anticuado, pero no sólo a luz del feminismo y los derechos de
género, sino porque lo que un hombre recibía a cambio por encajar en
este paradigma de la masculinidad ya no está disponible de la misma
forma. La so
ciedad es mucho más compleja y si bien sigue propagando
estos modelos atávicos que programan nuestra sexualidad, en su interior y
sobre todo en sus bordes más fluidos, esta rigidez ya no rinde
dividendos sino que crea conflictos y nos enfrenta con una insoportable
represión. Ser así antes era una buena fórmula para que un hombre
obtuviera la esposa deseada, una familia, dinero y sobre todo para
sentirse cómodo con su visión de mundo; hoy en día esto ya no es así. Lo
cual, al parecer está incrementando la cultura de la violación y a una
horda de hombres enojados. En la mente de estos hombres, la mujeres son
las cadeneras de la sexualidad y esto les frustra:
En algún nivel
sienten que las mujeres los están privando del sexo que merecen y
sienten rencor porque, en su mente al menos, tienen que librar tantos
obstáculos para obtenerlo. Algunos, sospecho, piensan que no hay forma
de “obtener” sexo sin torcer las esquinas, con mutuo consentimiento, y
resienten que el feminismo ha hecho que esto sea más difícil.
Ante esta frustración, la solución
parece ser la ac
eptación. Aceptar la evolución de la sexualidad
femenina, pero sobre todo despojarse del lastre del patriarcado que no
sólo afecta a las mujeres, es una losa profunda sobre la psicología
masculina. La visión de impotencia ante mujeres que detentan el poder
del sexo y que ya no se pueden seducir u obligar a entregarlo con los
viejos trucos del patriarcado se puede fácilmente mitigar si tan sólo el
hombre abraza su propia sexualidad. Es decir, es necesario liberarse de
la idea paralizante de que la sexualidad sólo es penetrar a una mujer.
El hombre debe aprender en este sentido de la mujer que disfruta, tanto o
más que la penetración, el coqueteo previo, el tacto de todo el cuerpo y
toda la gama de sensaciones que provee el mundo natural. Ampliar el
foco del sexo de los genitales para incluir a todo el cuerpo, incluyendo
el cerebro y el corazón. El hombre debe erotizarse con el mundo y
erotizar su mundo (el Sol, el agua, la piel, los sonidos, los aromas:
una pansexualidad). Esto significa también entrar en contacto con y
expresar sus emociones (lo cual es un paso vital para poder realizar sus
fantasías políticamente incorrectas y liberar añejas represiones).
Llevar su sexualidad al mundo cotidiano, extender lo íntimo; esto
significa, para temor de muchos, reconocer la sexualidad que existe
entre amigos y familiares. Para el ejercicio pleno de la sexualidad es
necesario integrar la sombra de la homofobia y de alguna manera volverse
vulnerable: dejarse penetrar y poseer por el mundo también. Por otro
lado, como observó el psicólogo James Hillman, tradicionalmente los
hombres más creativos son los que tienen ciertos rasgos afeminados o que
al menos no reprimen ese aspecto; las mujeres más creativas tienen más
desarrollado su aspecto masculino. En la alquimia, la gran obra era
representada con la figura del hermafrodita (Hermes y Afrodita), la
unión de los opuestos, no sólo en una pareja sino dentro de cada uno.
Aquí podemos hacer una especie de
paréntesis para recordar que las relaciones de pareja son algo que ha
cambiado con el tiempo y que en realidad el concepto del amor
(romántico) que tenemos es algo relativamente nuevo y revolucionario. La
palabra “amor” empezó a usarse en la Provenza alrededor del siglo XII
para describir una nueva emoción asociada con la pasión delicada y el
cortejo afectivo. Esto es el amor cortés; se ha argumentado que el amor
como lo conocemos, galantería, cortejo, seducción, sensualidad y
gentileza del corazón en realidad no existía hasta esa época, en la cual
se desarrolló una nueva sensibilidad y un nuevo lenguaje para dar
realidad a esta emoción. El poeta Robert Bly escribe: “La Iglesia sintió
que los admiradores de Amor eran enemigos, y la adherencia a Amor fue
una de las razones por las que la Iglesia lanzó la Cruzada Albigense,
que destruyó efectivamente la cultura provenzal. Podemos decir hoy que
el hombre que sintió Amor se hizo transparente al “Gran Femenino”, sin
tener que negar su masculinidad o convertirse en una imitación de la
mujer”.
En el famoso libro The Femenine Mystique de
Betty Friedan, se dice: “me di cuenta que los hombres no eran los
enemigos –eran víctimas también, sufriendo de modos obsoletos de mística
masculina que los hacían sentir innecesariamente inadecuados cuando no
había osos que matar”. Corvid recoge esta idea de pareja, un modelo de
pareja con diferenciación: “Las feministas deben de hacer saber esto…
sólo cuando el feminismo logré canalizar la ansiedad masculina, en vez
de convertirla en enojo, la podremos transformar en solidaridad y
esperanza”.
El regreso añorado a la sexualidad
sagrada, a la sexualidad de Pan y Afrodita, la sexualidad sensible a la
belleza del mundo y a la cualidad del momento, parece estar muy lejano a
nuestra realidad. Sin embargo, esta es una de las fantasías dominantes
del patriarcado: el paraíso como un lugar de placer perpetuo, lleno de
dulce erotismo y comunión extática. Paradójicamente cualquier
acercamiento a esa fantasía, de manera colectiva o individual, requiere
de la renuncia de la conciencia patriarcal; el hombre que quiere
acercarse al éxtasis femenino necesita abrirse y entregarse al mundo,
reimaginar la sexualidad ya no como un bien que se obtiene sino como una
experiencia que se comparte, que nace naturalmente de una forma de ser.
Sería recomendable hacer un análisis de las mentes que sustentan determinados comportamientos como normales. Determinados feminismos en hombres o compartamientos masculinos en mujeres, vienen regidos por comportamientos familiares y del entorno, desde el nacimiento. Sería necesario y conveniento asimilar o controlar cada caso. La sexualidad es de cada cual y de cada uno: con convencimiento de aquello de lo que desee hacer o probar.
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