En estos tiempos de miseria endémica y denuncias permanentes de
corrupción, en los que los telediarios parecen ruedas de reconocimiento,
el primer político español que tenga el valor de proponer la disolución
de las autonomías arrastrará a los electores a las urnas tan fácilmente
como le siguen a uno las trotonas callejeras, si lleva un billete de
cincuenta euros en la mano. Lo irritante es que todos los bellacos,
granujas y rufianes que se dedican a la política lo saben, pero lo
ocultan. Jamás tocan el tema ni buscan alternativas al corruptódromo
autonómico, no se les vayan a secar las neuronas como una ristra de
morcillas colgadas de un clavo en la fresquera.
Las autonomías son un dispendio insoportable para los españoles. Las
autonomías cuestan más que un hijo drogadicto. Los mayores casos de
corrupción se han dado y se seguirán dando en las autonomías, cuyas
cuentas son más oscuras que el sobaco de un nigeriano. Prácticamente hay
corrupción en todas las administraciones de las comunidades autónomas,
aunque menos en Navarra, La Rioja y Cantabria, quizás por tratarse de
autonomías de una sola provincia. Los gastos irracionales en aeropuertos
en los que sólo aterrizan palomas se han dado en las autonomías. Las
autovías con hierba medrando en las grietas del asfalto se han dado en
las autonomías. Los cementerios urbanísticos que plagian a Chernobyl se
han dado en las autonomías. Y los eres falsos; y los palmarenas; y los
palaus; y los gúrteles... Claro que nos dirán que las autonomías no son
el problema, sino los políticos deshonestos que las dirigen. Pero si le
das una pistola a un mono, lo lógico es que acabes con un tiro. Y si le
das una administración opaca e inútil a un partido político, se llevará
hasta las sillas.
Con tantas ventajas como tiene cargarse las autonomías... ¿por qué
ningún partido lo plantea, aunque sólo sea en sus programas, que todos
sabemos que se cumplen menos que las peticiones de los huérfanos a los
Reyes Magos? ¡Joder, si no lo hace ni la extrema derecha fascista! No lo
propone nadie.
¡Hay que disolver los tinglados autonómicos ya!
Hay que entregar la mayor parte de sus poderes a los municipios. Y
algunos poderes, pocos, muy pocos, al Estado. Y si se quiere halagar a
las antiguas "nacionalidades" de España de alguna manera simbólica,
permitir que, en los actuales edificios de los parlamentos catalán,
vasco y gallego, habiliten parques temáticos o museos de paleontología
política. Y el resto de parlamentos que se remodelen como teatros o
salones de baile. O mejor como burdeles públicos, para aprovechar su
fondo de comercio y acomodar a las miles de fulanas que se quedarán
paradas al desaparecer tanto putero. ¡Que nos ahorraríamos 100.000
millones al año, joder! ¿Es que nos sobra el dinero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario