lunes, 15 de diciembre de 2014

de dioses y arcángeles


Hace unos días, el Consejo General del Poder Judicial vino a certificar uno de los rostros más duros del despojo masivo que ha generado la crisis. Según el órgano de gobierno de los jueces, entre julio y septiembre de este año se produjeron 13.341 desahucios, un 7,3% más que en el mismo período de 2013. De este total, que incluye todo tipo de inmuebles, un 43,4% se derivó de ejecuciones hipotecarias. Un 51,3%, en cambio, se produjo por impagos de alquiler.
Ninguno de estos fenómenos es un mal divino o el producto de inevitables leyes naturales. Obedecen a decisiones políticas concretas, orientadas de manera deliberada a favorecer a los grandes poderes financieros e inmobiliarios. El aumento exponencial de los desahucios por impago del alquiler, por ejemplo, resultaría inexplicable sin la aprobación, ahora hace un año, de una ley eufemísticamente denominada “de flexibilización y fomento del mercado del alquiler”. Aquella norma, que contaba con el antecedente de una legislación similar apoyada por el PSOE, se impulsó con la excusa de “dinamizar el mercado de alquiler”. No obstante, su objetivo era otro: debilitar la posición ya precaria de los inquilinos, criminalizar los impagos por razones de necesidad y facilitar los desahucios exprés. La ley no hacía ninguna mención a las familias que con motivo de la crisis carecían de toda posibilidad material de pagar el alquiler. En cambio, preparaba una cómoda pista de aterrizaje para los grandes inversores de capital, a los que se ofrecía importantes exenciones fiscales.
Este fenómeno coincidió con otros que facilitaron la privatización del parque de viviendas disponibles y la condena a la precariedad residencial de miles de familias. En poco tiempo, miles de viviendas particulares y públicas en manos de comunidades y ayuntamientos pasaron a manos de fondos buitre como Apollo, Goldman Sachs, TGP, Värde, Blackstone o Lazora. Obsesionados por la búsqueda de dinero rápido a cualquier precio, estos fondos no han mostrado compasión alguna por las condiciones económicas de los inquilinos. Así, han acabado condenando a la intemperie a miles de personas y familias que no podían hacer frente al pago del alquiler o de sus suministros básicos. Y cuando desde algunas comunidades autónomas se ha intentado adoptar medidas tímidas para compensar esta situación, el Gobierno del PP no ha tardado en ponerse de lado de las grandes empresas y en instar su suspensión ante el Tribunal Constitucional, como ha ocurrido con la ley de vivienda andaluza o con el decreto-ley catalán contra la pobreza energética.

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