El gran desafío de todas las asociaciones humanitarias catalogadas bajo la denominación de ONGs — es decir Organizaciones No Gubernamentales— es la de lograr tener su propia autonomía económica y financiera que las blinde de guardar una independencia objetiva y soberana al momento de posicionarse como mediador o ente auxiliador en un conflicto social, en una guerra, en una catástrofe natural. Pero generalmente ninguna cuenta con esa independencia o autonomía financiera. Las ONGs son hoy en día grandes estructuras, con cientos de empleados locales, y todo esto tiene un precio —a pesar de los benévolos que trabajan — y sólo pueden existir gracias a la ayuda financiera indispensable de ciertos poderes estatales o empresariales que han comprendido la gran utilidad de controlar o dirigir, de cierta manera, estas herramientas humanitarias. Tenemos por las calles a Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras, WWF, Greenpeace..., y un sin fin de ellas pidiendo ayuda a los ciudadanos y además, siendo ninguneadas por los gobiernos americanos, chinos, rusos y de todos aquellos que paguen bien por ponerse parche o venda en los ojos o mirar para otro lado. Estas son las que se dejan comprar por gobiernos y empresarios; luego están las infinitas que pertenecen a la Iglesia católica, musulmana, ortodoxa, la del bocadillo, la de los niños desamparados, de los desamparados niños. Y un largo etcétera que remueve los intestinos.
Pero como la ceguera es luz para otros ojos, pues recaudan grandes cantidades de dineros que invierten en lo contrario por lo que estaban demandando. No hablemos de aquellas que se dedicaban a buscar padres adoptivos de niños en pueblos sudamericanos que no existían y de cuyos dineros eran transferidos a empresas para compra de apartamentos en Bahamas u otras latitudes. Y la gente ciega por un buenismo idiota, no duda en mandar dinero mensual a sociedades que no conocen, y ni siquiera: el mecanismo.
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