Isabel Gemio nos recordó el otro día, a través de las ondas, que los toros de la Vega tienen los días contados. Y así ha sido desde que un juez ha estimado que los anti taurinos tienen razón cuando, en las fiestas del pueblo, a los toros los lancean, les clavan infinidad de dardos desde la cabeza al rabo, y les maltratan hasta que terminan con su vida.
A Isabel no se le ocurre otra cosa que despertar a una vecina del pueblo para preguntarle que opina sobre el Toro de la Vega.
La señora contesta que está a favor de la fiesta del pueblo y todo lo ve bien.
La Gemio intenta -como si de un novillo se tratara-, que la señora entre al trapo y resultó que la puso hecha un trapo, a la muy periodista.
Y es que no se puede llamar a la puerta de alguien que no está por la labor de que la molesten tantas veces, con la misma pregunta, unos periodistas tras otros.
Sí, ya sabemos que hubo un juez que estimó que el trato al toro es vejatorio para el ser humano, no es de recibo que intentes darle explicaciones a alguien que ya te ha dicho que está por la labor de matar al toro como sea; como de tirar a una cabra del campanario; como de tirarte al mar enganchado al cuerpo de un pato o cisne o lo que sea, decapitando al animal colgado.
La mujer se defendió diciendo que a los toros no se los trata tan mal, y me da la sensación que la señora debe de estar un poco ciega o tonta, cuando no se ha procupado de ir a ver lo que sus parroquianos hacen con los novillos, o, no mira internet en la sección imágenes. Son de una crueldad apabullante, y solo para... para anormales.
Pues ya iba siendo hora que alguien tomara las riendas de muchas de las fiestas noramales de hace siglos. La costumbre no hace norma..., y recordamos que las buenas costumbres siempre están mejor empleadas que las malas. El mal trato animal no es propio de humanos y no sirven para hacernos la vida mejor, peor, o alegrarnos mantándoles. Ellos tienen todo el derecho del mundo a vivir dignamente dentro de su ámbito animal. De igualmanera que se han denunciado a aquellos mamarrachos que, con caballos en sus cuadras, no les han dado de comer hasta la muerte.
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