Estallido de una bomba de neutrones o bomba limpia |
Samuel T. Cohen, científico judío inventor de la bomba de neutrones |
Yo soy un
profeta de este tiempo. Como no se me concede la palabra en pública
tribuna, escribo lo que me ha sido revelado para los pocos que, con ojos
perplejos, tengan el valor de leerme en este templo de la libertad de
expresión que es acratas.net. ¿Por qué predico a los sordos y
desengaño a los ciegos? Porque los occidentales estamos fatalmente
condenados a protagonizar una gran tragedia en un tiempo que ahora
comienza, nos escandalice o no. Y van a ser necesarios mucha convicción y
serenidad de espíritu para tan colosal tarea.
La prosperidad de los países ricos está en crisis en un mundo que agota sus recursos energéticos(1)
y se miserabiliza por exceso de población. China, perfectamente
consciente de ello, se ha incorporado al Arca de Noé, a la salvación in extremis,
en la última década, se ha esforzado en salvar a buena parte de su
población convirtiéndose en una fabril productora del planeta, pero a
costa de incorporarse al consumo energético a un ritmo desaforado que
acorta aún más el plazo para la solución final. Y ésta es que los países
ricos tendrán que masacrar a los países pobres para no volverse pobres
ellos mismos.
Las ciudades del tercer mundo son termiteros de pesadilla, los desiertos
crecen al compás al que los bosques perecen, los ríos son sentinas(2)
y el mar se desborda de su ingente contenedor, mientras desfallece
exhausto. Los hombres son testiculares autómatas que se reproducen como
insectos, que todo lo engullen y todo lo afean. Esto último sucede
también en Occidente, donde las bellas artes desaparecieron hace casi un
siglo. Los actuales pseudo-artistas son payasos y titiriteros que nadie
recordará con el paso del tiempo.
Nuestras revoluciones han fracasado una tras otra porque ninguna abordó
lo esencial, que es la fatalidad de la procreación irresponsable. Cada
familia pobre es ya en sí un atentado contra la raza humana. Cuando la
fecundidad excesiva sea considerada un acto criminal, como ya despunta
en China, castigaremos el crimen y trastocaremos el orden mundial. Los
arcaicos regímenes que centran la supervivencia de los ancianos en su
ingente prole-tribu de hijos y nietos serán exterminados y sustituidos
por otros que garantizarán el bienestar en la provisión del estado.
Deben perecer, por tanto, los que, a pesar de haber nacido indeseables,
aún se empeñan en multiplicarse sin tasa ni medida.
Nuestras tradiciones humanitarias están podridas y los malhechores que
las predican, los brujos explotadores socialistas, pretenden eternizar
su poder aún a costa de la extinción del mundo occidental. Por eso
ocultan la evidencia: que el único remedio para la miseria ha sido
siempre la esterilidad de los miserables. Pero el orden establecido por
capitalistas y sacerdotes-políticos, que buscan enriquecerse y dominar,
nos prohíbe incluso hablar del remedio. Así es como medran a costa de
nuestra imbecilidad, pues la consciencia planetaria sería su fin, al ser
el fin de la miseria.
Los occidentales no tenemos por qué sufrir la horrible suerte del resto
de la humanidad. Merecemos salvarnos porque, habiendo sido hedonistas
conscientes, sensatos, desconfiados y carentes de fe alguna, nos hemos
abstenido consecuentemente de esparcir por el mundo nuestra semilla(3).
Los occidentales —igual que los chinos— ya hemos aplicado hace tiempo
las medidas necesarias para atajar la desaparición de la raza humana a
causa del colapso energético: controlando nuestra natalidad y armándonos
hasta los dientes, mientras nuestros contrincantes —mahometanos y
budistas— oponen a nuestras bombas los vientres de sus hembras y su
bestialidad impregnada de ideas caducas, pues la esencia de su moral y
de su fe religiosa es la proliferación. La verdad es que todas las
religiones son cánceres de nuestra especie. Pero Occidente ya ha
domeñado a sus religiosos sellando sus peligrosas bocas con dinero y
orientando sus esfuerzos hacia el consuelo de nuestros ancianos. No hay
más que comprobar la edad promedio de los parroquianos de una misa
dominical.
Los occidentales sabemos ya a estas alturas que, a menos que recurramos a
la guerra de exterminio, nuestros hijos serán más infelices que
nosotros, y más aún lo serán nuestros nietos. El Cielo está vacío y los
parlamentos democráticos, llenos de imbéciles corruptos. Sabemos que
todos los religiosos son unos impostores y todos los políticos son
estúpidos; que toda religión sobra y toda política es impotente. Para
mantener su poder nos prometen unos y otros que, ante la inminente
escasez energética, la ciencia hará nuevos milagros. Pero no existe
milagro posible para satisfacer el imprescindible ritmo creciente del
consumo que alienta el sistema capitalista global.
El único milagro científico que puede resolver la crisis ya ha sido
inventado y puesto a punto para su uso inmediato. Es la bomba de
neutrones que asesina en masa sin contaminar apenas. Por eso la OTAN no
tolera que los países del tercer mundo logren el arma nuclear. Porque
tarde o temprano tendrá que exterminarlos y apropiarse de su petróleo, y
no quiere hacerlo a costa de cuantiosas bajas propias. El modelo de
guerra iniciado en Irak, Yemen, Libia o Siria —entrar, asesinar, robar y
dejar atrás un régimen caótico de lento exterminio entre facciones— es
altamente ineficaz. En la siguiente fase, las bombas nucleares harán el
trabajo más efectivo. Los autoatentados —al modos del Maine, Pearl
Harbor o el 11S— serán los adecuados a la contundente y mortífera
represalia previamente programada.
El mundo musulmán asentado sobre ricos yacimientos petrolíferos
desaparecerá. El termitero del sur de Asia, aislado, poblado por
pacíficos hombres esperanzados y mujeres fertilísimas, devendrá un
centro de experimentación sobre la resistencia humana a los agentes
tóxicos. África será un erial poblado solamente por los esclavos
necesarios para la extracción de materias primas de minas y pozos. Y
América latina habrá de optar por el autocontrol mediante el diezmado de
sus propias poblaciones o por el exterminio en masa.
La mitad de la población mundial desaparecerá en las próximas dos
décadas. Hombres, mujeres y niños van a morir primero por cientos de
millones. Luego por miles de millones. Van a morir hasta que la masa de
perdición se haya extinguido y la Tierra sane de esta lepra que la
devora. Aprenderemos todos que la salvación, el progreso y la superación
no son posibles en medio de la desmesura. Asumiremos que los niños
nacen estigmatizados con la culpa del crimen que fue engendrarlos y
darlos a luz en un medio que no puede sostenerlos. Y como la vida no
puede ser sagrada cuando excede la capacidad del mundo, pagarán con la
vida el crimen de sus progenitores.
Los supervivientes de la próxima catástrofe, una fracción ínfima de los ahora existentes, hablarán de nuestro mundo actual como de un mundo absurdo regido por un
orden inadmisible que se mantuvo en perjuicio del interés humano. Un
sistema devorador de recursos basado en la producción y el consumo que
nos rebajaba al nivel de las hormigas. Dirán que el mundo era demasiado
estrecho para ideas tan perjudiciales. Que la enfermedad del
fundamentalismo se saldó con la muerte de los radicales, De modo que el
propio integrismo de los fanáticos fue el arma utilizada para el
exterminio de las masas.
Por cada país que hace la Historia, veinte la sufren. Así que lo que nos hace a los occidentales probabilísticamente idóneos para protagonizar la Historia es la combinación de ser tan pocos y tan altamente tecnificados. La guerra, que será por el control de los recursos energéticos y de toda otra índole, servirá también para la renovación de la raza humana. El racismo necesario, que no tiene que ver con colores, sino con culturas, salvará el mundo civilizado. Llegado el momento, la religión avalará la guerra y procurará justificarlo todo.
Los anarquistas sois los últimos hombres razonables entre los sordos que marchan y los ciegos que militan. Pero ahora no basta con tener razón. Hay que sustituir un orden por otro orden, y no por el desorden. Nada de lo aprendido, ninguna tradición, sirve: el futuro no tiene precedentes y el Universo no nos dará tregua, pues se rige por el azar y no es producto de ningún designio divino. Es misión del hombre domeñar la Naturaleza según sus intereses, que no son económicos ni religiosos, sino de supervivencia ordenada y sostenible. No evitaremos el hambre ni el racismo, y será el materialismo racista el que nos salve de la inanición. Todo lo que nos sucederá es inexorable y estaba previsto hace muchos años por aquellos a los que la Tradición no les es extraña, por el Pueblo Elegido cuya punta de lanza combate ya sobre el terreno con el nombre de Israel.
Por cada país que hace la Historia, veinte la sufren. Así que lo que nos hace a los occidentales probabilísticamente idóneos para protagonizar la Historia es la combinación de ser tan pocos y tan altamente tecnificados. La guerra, que será por el control de los recursos energéticos y de toda otra índole, servirá también para la renovación de la raza humana. El racismo necesario, que no tiene que ver con colores, sino con culturas, salvará el mundo civilizado. Llegado el momento, la religión avalará la guerra y procurará justificarlo todo.
Los anarquistas sois los últimos hombres razonables entre los sordos que marchan y los ciegos que militan. Pero ahora no basta con tener razón. Hay que sustituir un orden por otro orden, y no por el desorden. Nada de lo aprendido, ninguna tradición, sirve: el futuro no tiene precedentes y el Universo no nos dará tregua, pues se rige por el azar y no es producto de ningún designio divino. Es misión del hombre domeñar la Naturaleza según sus intereses, que no son económicos ni religiosos, sino de supervivencia ordenada y sostenible. No evitaremos el hambre ni el racismo, y será el materialismo racista el que nos salve de la inanición. Todo lo que nos sucederá es inexorable y estaba previsto hace muchos años por aquellos a los que la Tradición no les es extraña, por el Pueblo Elegido cuya punta de lanza combate ya sobre el terreno con el nombre de Israel.
Esta es la nueva Revelación que os otorgo y que aplasta todas las falsas
revelaciones anteriores. Orden y caos forman un todo compacto, pesado e
inviable que es imposible separar más que mediante un gran exterminio.
En verdad os digo que el Paraíso no estará en el Cielo, sino que se
ubicará en la Tierra, y será edificado sobre la monstruosa y gigantesca
fosa común de las prolíficas masas de los desheredados.
Bien... si pensamos seriamente estas histerias del ser humano, no nos demuestran más que inseguridad, miedos, y un alto nivel de falta de iniciativas para hacer del planeta un mundo mejor. Nadie nos implicamos seriamente en que esto se haga efectivo y al final, los locos, heredarán la Tierra.
De todas maneras, no estamos en 28 de diciembre, antes tiene que pasar el 21 y su profecía, porque quizá para el día de Los Santos Inocentes ya no estemos vivos.
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