viernes, 21 de diciembre de 2012

21 de diciembre de 2012

Esta mañana cuando  he abierto los ojos y visto que aún vivía, he pensado si sería el único superviviente de esa gran hecatombe que borraría la Tierra de su órbita gravitacional y por supuesto regada y mezclada con la sangre y vísceras de la casi totalidad de los hijos que la habitamos. Después de la primera impresión de ser el único superviviente me ha llegado hasta los oídos el taconeo de la vecina de arriba preparándose para acudir al trabajo. Al menos no estaba yo sólo, ya tenía con quien hablar. Después me he bañado y salido a la calle y mira por donde estaban todos los que tenían ganas que el mundo se acabara y los que no. Total, no ha sido de noche cuando el Dios creador nos zurraba la badana, sino que a lo mejor era a el 21 a las 21 horas y 21 minutos y 21 segundos. Y entonces he vuelto a pensar: "joder... justo cuando estaré cenando con amigos en un buen restaurante en el centro de la ciudad". Resultado, estoy en un sin vivir hasta que llegue la hora señalada más arriba y lo peor es, que de seguro habrá otra hora señalada por otro que me volverá a tener en vilo hasta que llegue. 
Ya citamos en otro post que: cuando el demonio no sabe qué hacer, con el rabo mata moscas.
A veces cuando veo a una persona sacar su perro a pasear no sé quién saca a quien. ¡Tal vez necesitemos una fecha de caducidad para poder vivir mejor y al día!

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