jueves, 27 de marzo de 2025

mi espejo

 no me convencerá de que soy viejo.>>
El mundo es un mundo de viejos: <<los jóvenes mueren y pocos nacen...>> y los viejos no queremos morirnos. No queremos morirnos por pereza. Por el qué dirán de nosotros cuando te pasean por las calles camino de la cárcava. Eso sí como si fueras un paso de Semana Santa. Bien sacudido o agitado, al gusto, y sin que nadie alce la voz más de lo normal... ¡Como si fueras a despertar! Sobre las cabezas de los asistentes lanzas miradas y sonrisas beatíficas, una vez dejado el pellejo al polvo. 
Y luego me llevan la contraria a la opinión de que la Tierra es un planeta cementerio. Sobre cuyo cementerio, volvemos a edificar nuevos emplazamientos como si la faz terrestre no fuera lo suficientemente grande para cobijarnos a todos. Aunque, de hecho, así lo hace. Y, nosotros, conscientes de que hemos aprendido de la naturaleza y la convivencia: dejamos flores en jarrones, la foto de los nietos o parientes pegadas a la cabecera del nicho como si el muerto, el desposeído, saliera, bajara, o se personara todos los días a rememorar lo que dejó en vida del cuerpo.
He aquí el por qué la gente tiene miedo al más allá. Un allá al que le dan valor determinados curas, videntes y gente con tanto miedo como lo puede tener cualquiera. Porque es un viaje sin retorno puesto que, el muerto, sabe, que no lleva maleta ni la nueva dirección para volver. Tal vez deberíamos dejar una maleta, también, en la cabecera de la cárcava, para darle al difunto la calma que le daba el cuerpo.
Parece mentira la afinidad con la que nos acoge el planeta y la facilidad con la que nos escupe, cual ángel del Apocalipsis.
Hay un dato en el que he estado pensando, elucubrando sobre el posible introito de la mente pensante de la Naturaleza humana terrestre, para equilibrar la balanza entre los que nacen y los que mueren. De hecho se da la circunstancia de que hay más defunciones por muertes naturales y provocadas,a la vez que se alarga la vida de los mayores o seniors. Lo que no ha mucho la fe de vida era de unos 45, 50 años..., se ha alargado hasta los cien. Ya hay muchos que superan esa edad tardía de los 103.
¿Es posible que la Mente planetaria esté influyendo en el equilibrio energético como custodia de su propia existencia? ¿Somos, tal vez, las pilas alcalinas que hacen de la tierra ese planeta habitable? Pues tal vez no sea tan descabellado pensarlo como espíritu que vuelve, una y otra vez, a mantener el equilibrio y sustento planetario. ¿Es posible estar unidos al plano tridimensional como un teléfono a los cuantiosos números que portamos en él?
Tal vez, esto, nos tranquilice, en el tránsito exitente entre muerte y nacimiento. Y si no es así, habremos de buscar la forma personal de pasar el trance sin echar la culpa al ángel de la muerte que cumple con su condición.

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