un asesino en la corte de Ley, en Argentina. Supongo que Bergoglio estará encantado con un criminal confeso, como ministro de Salud.
Adolfo Rubinstein es el nombre del Ministro de Salud en Argentina; pero el doctor Rubinstein es, además, un profesional del asesinato y del tráfico de órganos. Tal vez Bergoglio sepa algo de eso.
¿Saben por qué?
Porque "El Doctor Muerte" es uno de los muchos beneficiarios económicos del tráfico de órganos de bebés abortados, algo impulsado ¡cómo no! desde una empresa estadounidense denominada Planned Parenthood. (PP, curiosa coincidencia con las siglas del partido de la derecha española que cobardemente ha amparado la Ley del Aborto). Fíjese hasta donde llegará la inmoralidad de esta Mercantil, cuyo único objetivo es la venta de tejidos y órganos en todo el mundo, procedentes de abortos planificados e, incluso, previamente pactados su compra con la mujer gestante.
Otro como el doctor Kari Vaernet, famoso por los experimentos en el campo de concentración de Buchenwaid. El homófobo doctor a los homosexuales les extirpaba los órganos genitales y les implantaba bolas de metal. Cuando salió de Alemania rumbo a Argentina pasó a trabajar para el Ministerio de Sanidad. (¿No se parece al doctor Muerte?)
Este fue uno de los 30.000 nazis que salieron huyendo de Alemania camino de diversas nacionalidades. La Iglesia vaticana les ayudaba a esconderse y prepararles documentación falsa por grandes cantidades de dinero.
Existen documentos argentinos que demuestran que en 1946 monseñor Giovanni Battista Montini contactó, al menos en dos ocasiones, con el embajador argentino ante la Santa Sede. En la segunda oportunidad, le transmitió la preocupación del papa por «todos los católicos impedidos de regresar a sus hogares debido a las probabilidades de ser objeto de persecuciones políticas», proponiendo la elaboración de un plan de acción conjunta entre Argentina y la Santa Sede. En ninguno de estos documentos existen referencias específicas sobre la exclusión de dicho plan de los responsables de crímenes de guerra.
Lo más escandaloso de todo este sórdido asunto es que no pocos sacerdotes y, sobre todo, frailes franciscanos, estuvieron al mando de estos campos de la muerte. Tal vez Bergoglio sepa algo de eso.
El más conocido de ellos fue el fraile franciscano Miroslav Filipovic, que dirigió el campo de Jasenovac, donde se dio una muerte atroz a miles de personas. Otro franciscano de aquel campo, Pero Brzica, ostenta un récord aún más macabro si cabe.El franciscano Pero Brzica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostamos para ver quién mataría más prisioneros en una sola noche. La matanza comenzó y después de una hora yo maté a muchos más que ellos. Me sentía en el séptimo cielo. Nunca había sentido tal éxtasis en mi vida. Después de un par de horas había logrado matar a 1.100 personas, mientras los otros sólo pudieron asesinar entre 300 y 400 cada uno. Y después, cuando estaba experimentando mi más grandioso placer, noté a un viejo campesino parado mirándome con tranquilidad mientras mataba a mis víctimas y a ellos mientras morían con el más grande dolor. Esa mirada me impactó; de pronto me congelé y por un tiempo no pude moverme. Después me acerqué a él y descubrí que era del pueblo de Klepci, cerca de Capijina, y que su familia había sido asesinada, siendo enviado a Jasenovac después de haber trabajado en el bosque. Me hablaba con una incomprensible paz que me afectaba más que los desgarradores gritos que se sucedían a mi alrededor. De pronto sentí la necesidad de destruir su paz mediante la tortura y así, mediante su sufrimiento, poder yo restaurar mi estado de éxtasis para poder continuar con el placer de infligir dolor. Le apunté y le hice sentar conmigo en un tronco. Le ordené gritar: «¡Viva Poglavnik Pavelic!», o te corto una oreja. Vukasin no habló. Le arranqué una oreja. No dijo una palabra. Le dije otra vez que gritara: «¡Viva Pavelic!» o te arranco la otra oreja. Se la arranqué. Grita: «¡Viva Pavelic!», o te corto la nariz, y cuando le ordené por cuarta vez gritar «¡Viva Pavelic!» y le amenacé con arrancarle el corazón con mi cuchillo, me miró y en su dolor y agonía me dijo
«¡Haga su trabajo, criatura!». Esas palabras me confundieron, me congeló, y le arranqué los ojos, luego el corazón, le corté la garganta de oreja a oreja y lo tiré al pozo. Pero algo se rompió dentro de mí y no pude matar más durante toda esa noche.
Al parecer, el único, el irrepetible, el genial presidente Trump, es el único que está tras las mafias del crimen. Todo un super héroe al que no le da tiempo de cazar a ninguno.
En fin,
el mundo se está convirtiendo en una cloaca, una pocilga, donde el olor es insoportable a corrupción y sangre. Si no que se lo pregunten a Botín.
¿Saben por qué?
Porque "El Doctor Muerte" es uno de los muchos beneficiarios económicos del tráfico de órganos de bebés abortados, algo impulsado ¡cómo no! desde una empresa estadounidense denominada Planned Parenthood. (PP, curiosa coincidencia con las siglas del partido de la derecha española que cobardemente ha amparado la Ley del Aborto). Fíjese hasta donde llegará la inmoralidad de esta Mercantil, cuyo único objetivo es la venta de tejidos y órganos en todo el mundo, procedentes de abortos planificados e, incluso, previamente pactados su compra con la mujer gestante.
Otro como el doctor Kari Vaernet, famoso por los experimentos en el campo de concentración de Buchenwaid. El homófobo doctor a los homosexuales les extirpaba los órganos genitales y les implantaba bolas de metal. Cuando salió de Alemania rumbo a Argentina pasó a trabajar para el Ministerio de Sanidad. (¿No se parece al doctor Muerte?)
Este fue uno de los 30.000 nazis que salieron huyendo de Alemania camino de diversas nacionalidades. La Iglesia vaticana les ayudaba a esconderse y prepararles documentación falsa por grandes cantidades de dinero.
Existen documentos argentinos que demuestran que en 1946 monseñor Giovanni Battista Montini contactó, al menos en dos ocasiones, con el embajador argentino ante la Santa Sede. En la segunda oportunidad, le transmitió la preocupación del papa por «todos los católicos impedidos de regresar a sus hogares debido a las probabilidades de ser objeto de persecuciones políticas», proponiendo la elaboración de un plan de acción conjunta entre Argentina y la Santa Sede. En ninguno de estos documentos existen referencias específicas sobre la exclusión de dicho plan de los responsables de crímenes de guerra.
Lo más escandaloso de todo este sórdido asunto es que no pocos sacerdotes y, sobre todo, frailes franciscanos, estuvieron al mando de estos campos de la muerte. Tal vez Bergoglio sepa algo de eso.
El más conocido de ellos fue el fraile franciscano Miroslav Filipovic, que dirigió el campo de Jasenovac, donde se dio una muerte atroz a miles de personas. Otro franciscano de aquel campo, Pero Brzica, ostenta un récord aún más macabro si cabe.El franciscano Pero Brzica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostamos para ver quién mataría más prisioneros en una sola noche. La matanza comenzó y después de una hora yo maté a muchos más que ellos. Me sentía en el séptimo cielo. Nunca había sentido tal éxtasis en mi vida. Después de un par de horas había logrado matar a 1.100 personas, mientras los otros sólo pudieron asesinar entre 300 y 400 cada uno. Y después, cuando estaba experimentando mi más grandioso placer, noté a un viejo campesino parado mirándome con tranquilidad mientras mataba a mis víctimas y a ellos mientras morían con el más grande dolor. Esa mirada me impactó; de pronto me congelé y por un tiempo no pude moverme. Después me acerqué a él y descubrí que era del pueblo de Klepci, cerca de Capijina, y que su familia había sido asesinada, siendo enviado a Jasenovac después de haber trabajado en el bosque. Me hablaba con una incomprensible paz que me afectaba más que los desgarradores gritos que se sucedían a mi alrededor. De pronto sentí la necesidad de destruir su paz mediante la tortura y así, mediante su sufrimiento, poder yo restaurar mi estado de éxtasis para poder continuar con el placer de infligir dolor. Le apunté y le hice sentar conmigo en un tronco. Le ordené gritar: «¡Viva Poglavnik Pavelic!», o te corto una oreja. Vukasin no habló. Le arranqué una oreja. No dijo una palabra. Le dije otra vez que gritara: «¡Viva Pavelic!» o te arranco la otra oreja. Se la arranqué. Grita: «¡Viva Pavelic!», o te corto la nariz, y cuando le ordené por cuarta vez gritar «¡Viva Pavelic!» y le amenacé con arrancarle el corazón con mi cuchillo, me miró y en su dolor y agonía me dijo
«¡Haga su trabajo, criatura!». Esas palabras me confundieron, me congeló, y le arranqué los ojos, luego el corazón, le corté la garganta de oreja a oreja y lo tiré al pozo. Pero algo se rompió dentro de mí y no pude matar más durante toda esa noche.
El franciscano Pero Brzica me ganó la apuesta, había matado a 1.350
prisioneros. Yo pagué sin decir una palabra.
Por esta hazaña el franciscano recibió el título de «rey de los
cortadores de gargantas» y un reloj de oro, posiblemente robado a un
prisionero antes de ejecutarlo.
Es confeso que estos asesinos están introducidos en la política (etarras y nazis al poder) para seguir haciendo los trabajos sucios que otros del poder en la sombra no se dignan realizar. Estos mecenas del secuestro, muerte y desaparición de cadáveres, están regidos por parte de la insalubre y cutre casta dirigente internacional. Al parecer, el único, el irrepetible, el genial presidente Trump, es el único que está tras las mafias del crimen. Todo un super héroe al que no le da tiempo de cazar a ninguno.
En fin,
el mundo se está convirtiendo en una cloaca, una pocilga, donde el olor es insoportable a corrupción y sangre. Si no que se lo pregunten a Botín.
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