viernes, 24 de noviembre de 2017

ya sabía yo y otros muchos

que el comportamiento de Puigdemont estaba marcado por la sensibilización y espíritu altruista hacia los independentistas y los que no lo son. Quiso -según su abogado, que ya hay que ser belga-: evitar un charco de sangre propiciado por los policías en las calles catalanas. Por ello fue discreto al sí, pero no, al no, pero sí, al aplicar la DUI -que no la DIU-, que decía una linda periodista televisiva. Por ese altruismo se fugó al planeta de los simios bergas. Y allí sigue marcando terreno entre la marea baja, el chiringuito, y los tipos duros de maya y cuero. Todo un rufián y un truhán. Este es Puigdemont: hecho de molde y corazón, el que tanta gente ha criticado sus actos cuando, todo, ha sido por amor.
¡Qué poco sentido del humor tiene el gobierno central cuando no le ríen las gracias de sus actos estrafalarios y fuera de onda, de imagen, presidiéndola!
¿Cómo se puede dirigir los designios de los españoles con una personalidad tan contradictoria? ¿A qué estado mental se puede llegar para un ofuscamiento tan simiesco? 
¿Cómo se puede mentir tan impunemente al estilo Burt Simpson?
Pero todo, todo, ha sido por amor -clama- y, por amor, evitar que la sangre de los independentistas salpicara los cimientos de esa bonita parte española que es la catalana, por culpa de los reconquistadores españoles de uniforme.
¡Esto no puede estar pasando dentro de la geografía española!

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