martes, 5 de diciembre de 2017

el iluminado papa Franc

ha ido a Birmania a interesarse por la etnia, casta, o como sea que se les llame a esos millón y medio de rohingyas. Apátridas, según los birmanos. Parecidos a los judíos salidos de Egipto en busca de lugar donde poner el huevo conquistador. Ahora son los rohingyas quienes demandan un Dios que les exilie o defienda en el éxodo de la tierra prometida. El problema es que Dios se ha hecho mayor y chochea  con los infantes que corretean por el Cielo iluminador. Tan iluminador que no le deja ver el caos que existe sobre el planeta, creado, expresamente, para la chusma que pululamos por su superficie. A estos rohingyas no les viene Dios a ver, ha venido el palurdo de su enviado blanco Ariel, que no el arcángel, sino el iluminado Francisco. Otro que va a tener que holografiarse en el espacio para abarcar a tanto despeñado o estrellado terrícola. Pero es normal que Dios esté cabreado con la humanidad menos, claro, con Franc. Nosotros fuimos quienes matamos a su Hijo y, encima, renegamos de Él. Menos, claro, Franc. Éste solo ha dicho que Su hijo fue un memo, que el trabajo encomendado no fue bien concluido y que Luzbel, no existe. Aparte de eso, Franc, no ha dicho nada más. Se ha convertido, directamente, en el Salvador del mundo, quitando el puesto a Jesús. U, ocupando su puesto, a saber. Que no me extrañaría tuviera esa extraña intencionalidad. ¡Ay, los argentinos, cuánto de dioses tienen! Si no hubiera sido por ellos tal vez, -digo tal vez-, sus antepasados hubieran llegado a nuestros días buscando la tierra prometida. ¡Cuánto les debemos! Por eso están todos en España, para enseñarnos a ser buenos, antes de pasar a gilipollas, cuando nos demos cuenta que se mantienen de la Seguridad Social; que no de su trabajo. No me digáis que no son a imagen y semejanza. Tampoco me preguntéis de quién. Francisco, el blanco Ariel, lo compensa todo; los rohingyas están salvos. Amén.

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