jueves, 6 de agosto de 2015

los Rajoy y los Fernández Díaz

España está, como siempre ha estado, bajo la égida de un dios extranjero, del dios del Antiguo Testamento, del todopoderoso cortaprepucios que nos imponen los dueños de Hollywood, que son los mismos que imprimen el dinero del mundo entero; y de su Hijo, el amariconado dios del Nuevo Testamento, el que nos recomendaba poner la otra mejilla y llevar a Franco bajo palio. Y sigue España el modelo internacionalista de no existencia de ningún concepto parecido a “patria” o “destino común”, pues aquél que lo menciona es objeto de insultos y puede que incluso objetivo de juristas y abogados del Estado. Nuestro único destino común es con el resto de la humanidad de los pobres: morir como palestinos en un gueto o como sudamericanos en un vertedero, de hambre y de indignidad.
Curioso país, España, cuyos partidos hegemónicos son ambos internacionalistas, —no ya europeístas—. Por eso estuvieron de acuerdo como por arte de rayo el 2 de septiembre de 2011 para vender los resto de la patrimarca España al capital internacional, renunciando constitucionalmente a la inmunidad soberana. No ya hasta que saliera España de esta crisis, sino para siempre, como dando a entender que de esta crisis no saldrá España nunca.
Como en este país de incultos se acusa de fascista a cualquiera que se alza contra el poder financiero internacional sionista —ya se sabe, no hay nada más fascista que oponerse a que te roben la cartera o el virgo de tu hija de doce años delante de tus narices—; como aquí no se distingue entre fascismo y extrema derecha, porque somos así de ignorantes y de tontucios, no nos queda más salida que refugiarnos ideológicamente en la Acracia.
Y la Acracia consiste en plantarle cara al ministro vendido a la Iglesia y al Sanedrín —que son lo mismo, sionistas, internacionalistas, pues ambos son administradores de las religiones del Libro, ambos representan los mismos intereses y ambos son enemigos declarados de la libertad de pensamiento—; plantarle cara no desde el patriotismo, sino desde el Pacifismo, la Cultura y la Ciencia (los tres escritos así, con mayúsculas, para que no se confundan con sus opuestos, que esta gente apenas sabe leer si no es en los renglones torcidos de Dios. Pues la violencia, la incultura y la ignorancia son síntomas de faschismo, en toda tierra de conejos.
—Oiga, ministro cachiporrista: Sepa usted que le tengo calado. Usted es miembro supernumerario del Opus Dei, de esa secta de fundamentalistas cristianos; y, consecuentemente, usted no tiene otro objetivo en la vida que ponernos a todos un cilicio en el capullo y acabar con las libertades fundamentales de los que estamos acreditados como españoles en el documento de identidad: arrasar nuestras libertades de pensamiento, de opinión, de reunión, de manifestación, y de todo lo que caiga al alcance de sus manazas. Ministro, es usted, en mi leal opinión, una basura humana que vive administrando la inseguridad, aunque funja como ministro de lo opuesto.
 Metrosexualísimo Filipus Borbonis Rex, presidente del Desgobierno, cargos populares célibes por correspondencia, peperos devotos del barbudo coño de santa Tais, políticos, funcionarios y contratados de los variopintos rangos y niveles de la administración del Fachistán, trabajadores de cuello blanco de la mafia bancaria y otros cornúpetas astifinos y putrefacientes:
Les voy a dar una noticia que hará que se les salten las lágrimas de los muslos. España sigue estando en bancarrota, su economía completamente arrasada hasta sus cimientos. Las políticas de austeridad, al dictado de la Troika y de los acreedores internacionales, la han arruinado igual que la honra de una virgen pasada por la piedra por un tabor completo de regulares. Y no tiene ninguna posibilidad de recuperación; puesto que, ante la ruina, la recaudación impositiva disminuye drástica, geométrica, estentóreamente; aumenta con ello el riesgo de impago y la deuda no hace sino acrecentarse, lo que incrementa aún más el riesgo de bancarrota... Así, todo en un círculo vicioso —o mejor, espiral centrípeta— que conduce al agujero negro o escombrera económica de los países tercermundistas, que es donde se halla ahora mismo el Monárquico Estado del Fachistán con todos sus habitantes dentro.

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