martes, 24 de julio de 2018

la embriaguez del culto

Nos encontramos de vacaciones y con pocos días para visitar todos los lugares, monumentos y cultos, que podamos recorrer y fotografiar. Todos sabemos que en las iglesias se encuentra parte de todo, y cada uno de los mejores monumentos y pinturas reunidas en un solo lugar; por lo que todo el mundo asiste de pasada entre los feligreses que escuchan el oficio. Entradas y salidas son constantes para la paciencia del párroco. Y sales contento con un pedazo de historia que contar y escribir. 
Sin embargo la duda te corroe y te preguntas si realmente aquello tiene un pedazo de historia en su interior que sea distinta a la divulgada por los judíos en su momento. 
Y ante la duda diriges tu atención a la feligresía que, ante la fuerza de la devoción que de esta suerte provoca el culto de la comunidad parroquial, mantiene a sus devotos atados a él aun cuando los lleve a la destrucción. La devoción al culto del ídolo tiene característica de persistir hasta que ya es demasiado tarde para que sea posible salvar la vida de la civilización que ese culto está destruyendo. El culto al Becerro de Oro que veneraba en su destierro el pueblo de Israel, estaba mermando las ofrendas de sangre que eran devoradas por las llamas o degolladas en altares. A ser posible: niños. Según Isaías, la pira de sacrificios de Tofet, en el valle de Hinnom, situada poco más allá de los muros de Jerusalén, era encendida por el soplo del Señor "como un torrente de azufre".
El culto de la naturaleza quedó superado por el culto de la comunidad parroquial y una vez que se descubre por experiencia que éste es materialmente desastroso y moralmente malo, queda la radical alternativa de renunciar no sólo al culto de la naturaleza, sino también al culto del hombre en cualquiera de sus formas. Volviendo la vista hacia una Realidad Absoluta que está más allá del hombre y de la naturaleza y, al mismo tiempo, en el hombre y en la naturaleza.
Además del culto de un estado ecuménico existe una segunda forma de culto del hombre que puede adoptarse como sustituto del culto de una comunidad parroquial; trátese del culto del hombre no en una forma colectiva, sino en la forma individual del filósofo espiritualmente autosuficiente, de héroe que encontró la fuerza espiritual suficiente para permanecer solo y sin aferrarse a nada, escéptico respecto de sí mismo y de sus contemporáneos.

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