de la Comunidad Valenciana, están siendo arrasados por un fuego iracundo que se ceba contra todo aquello que se encuentra a su paso. Una alfombra negra y gris se extiende por la ciudad, la campiña, la playa y el mar, hacia un viaje transcontinental como misionero en relato de lo que produce la necedad. Las pavesas se agrupan en el pavimento a cualquier soplo de viento, como si tuvieran frío del largo recorrido del fuego que las hizo nacer.
A los actos propios de almas endemoniadas se les denomina negligencia, y a falta de un castigo ejemplar, se suman constantes incendiarios como si de prender el monte y sus moradores de fallas se tratase.
Es verdad que a este país le faltan valores, y le sobra fútbol, políticos, comadreo y todo aquello que se refiera a picaresca. La gente está danzando a sus anchas por las calles de la península a oídos sordos de los políticos de turno, amparándose en una política de represión demandada por la ciudadanía pero con el sello de dictatorial una vez implantada. Están creando el caldo de cultivo para que la gente solicite, lo que después se volverá contra ellos. Pensamos que, si nuestros hijos deben estar seguros: se les implante un chips. Que necesitamos seguridad en la calle: se impongan policías con derecho a matar. Todo un arsenal de artilugios para que después la ciudadanía no pueda protestar por aquello que solicitó y le han dado. Es la desproporción y el uso lo que después se vuelve contra el ciudadano cumplidor.
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