creí que nunca volvería a ver o en mi mente creí borrado, el símil de los años 40, 50, cuando los jornaleros: hombres y mujeres, se sentaban en el malecón de la plaza del pueblo antes de que pasara el mayoral, caporal, o encargado de contratas y eligiera a aquellos que iban a ser los que, ese día o siguientes, peonarán para el rico del pueblo. Me vi en las tripas de aquellas gentes con más hambre que vergüenza, que con 35 ó 40 años ya eran viejos y que los viejos, eran matusalenes, en las mentes de los jóvenes de hoy. Me vi con aquellas ropas desgastadas a base de lavarlas a la piedra en el pilón del pueblo, o en el río: a cinco kilómetros de distancia. Esas prendas con más costuras y remiendos que serían la moda de los chicos de hoy. Y recuerdo la cara de aquellos a los que ese día no eran contratados. Sabían que ese día no tendrían nada que llevarse a la boca y que, tal vez, tendrían que robarlo de los huertos de los vecinos del pueblo.
Esta mañana, como otras muchas, y a primera hora, salgo a pasear y me fijo en las personas esperando en las esquinas a que pase la furgoneta y les recoja, para repartirlos por los distintos huertos de la Comunidad Valenciana. Esos hombres, en su mayoría, responsables de que exista la economía sumergida, y que encima, cobran lo que quieran pagarles al final de jornada. Esos empresarios, jornaleros o mafiosos de las tratas de peonadas que lo único que miran es su ambición sobre la situación de los braceros que contratan. Esta no es l a España que yo vi y que creí terminaría siendo después de tanto padecimientos de las gentes de los pueblos. Esos hombres y mujeres que tanto han dado, sudado, llorado, para que a la fin y a la postre, sigamos en los años 40, 50.
martes, 10 de julio de 2012
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