-Ay, chico, pues yo tengo una mesa de caoba repujada y, encima, un botón rojo que se aprieta y sale despedido un misil con destino desconocido. ¡Es más divertido, no te lo puedes imaginar!
-Ay, chico, pues yo también tengo otro botón que también es rojo, y me han dicho que se puede jugar a la guerra con él.
-Ya, pero el mío es rojo, rojo.
-Ya, pero el mío es grande, grande.
-¡¿...?! Estos signos de admiración e interrogación, es un silencio que grita el mundo.
¿Cómo se puede tener a dos individuos de estas cualidades intelectuales gobernando en dos de los países más potentes del globo? ¿Quién es el jodido paranoico que ha hecho presidentes a estos dos memos?
Cuando dos memos se juntan y no tienen nada de qué hablar o qué hacer, el aburrimiento, el vacío existencial de sus vidas, pueden llevarnos a un descalabro de dimensiones impredecibles. Pero ahí los tienes, midiendo el tamaño del botón que puede aniquilar a la mitad del globo.
¿Realmente es todo tan obtuso, tan descabelladamente patético, tan irrisorio, que no se pueda poner fin a estos diálogos de besugos? ¿Es necesaria esta guerra psicológica para mantener a las masas acogotadas, para que no se desmadren?
El miedo fue la mejor arma de control de masas ejercidos en los campos de concentración nazis. ¿Cómo era posible que miles de individuos no tuvieran empuje contra unos pocos armados? ¿Cómo es posible que oigamos que nos quieren achicharrar y no alzamos la voz contra semejantes inútiles?
¡Pues no lo hacemos!, ¡nos gusta más poner la otra mejilla! Y hay gente, como éstos dos, que te pueden colorear ambos lados de la cara.
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