
El otro día preguntaba a mi amigo, de toda la vida, si el tiempo nos daría parte de él mismo para alargar el nuestro y poder contar batallitas que la vida, sin guerra, eso sí, nos ha brindado. La verdad es que cuando llegamos a viejos siempre contamos lo que hicimos de pequeños, y cuando somos pequeños tenemos en el coco las ganas de ser mayores lo antes posible. ¿Será que el reloj interno, necesite de esa ansia de llegar a mayores para tener algo que contar? Cuando por fin llegamos a tener la edad que marca la hora de relatar historias. estas, están tan pasadas de moda, que nadie hay alrededor que prestar oídos tenga para escuchar. Además, nosotros también tuvimos orejas que acoplar a la megafonía tranquila del abuelo de turno, y sin embargo nos sentíamos angustiados de escuchar tantas batallas, reales, de guerra sin ganadores. Pues, cuando las lágrimas corrían por la mejilla del “cuenta historias”, te percatabas que todos: del bando que fueran, habían perdido… Perdido hermanos, padres, mujeres, hijos, perros, gatos…, Se quedaban o dejaban en la más pura ruina, y cuando se estaban mentalizando a su situación de hambruna total entonces, aparecían otros que les quitaba la vida a los desnutridos y enfermos individuos. Y cuando los pueblos se vestían el luto de por vida, entonces la muerte pasaba como, recolector de siembra, y se llevaba los espíritus de las víctimas aquejadas de un simple constipado. Creo que todos los pueblos tenían aprisionados las almas que morían y depositaban en rectangulares profundos hoyos en el cementerio, al lado de la Iglesia de estilo románico tardío. A toque de campana, se llamaba a cena a los espíritus dioses que danzaban desde el Altar Mayor a la cima del campanario, relamiéndose de la vianda transportada desde la casa propia a la parroquia, donde les era ofrecida con gran pompa, como en los restaurantes de alto postín, la energía vital de la que estos entes suelen nutrirse. El oficiante, vestido con ropas adecuadas a la ofrenda, le presenta al muerto: con nombre y apellidos, para que sepa de quién es la energía con la que va a nutrir su áurea. Y de esa forma rodeada la caja, contenedora del cuerpo presente, con el dolor de seres queridos, amigos y conocidos, va sumando componentes químicos que aderezan y potencian la energía dejada por el fallecido. Así, el dios presente, engorda y queda calmado hasta el repique de campana próximo, anunciando la llegada de una nueva vianda con su salsa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario